¡¡Bid-bid!!, ¡¡bid-bid!!
Todos, como un solo ojo, clavaron la mirada en el teléfono que descansaba sobre la barra de Búho Bizco; sin solución de continuidad y todos a una, inspeccionaron durante unas décimas de segundos la reacción de la dueña del móvil para seguidamente continuar con sus quehaceres con un mal disimulado desinterés por el mensaje que acababa de entrar en el teléfono de Margarita Ricchi.
Margarita, mi secretaria sin sueldo ni edad confirmada, miró su móvil y dudó durante unos instantes entre abrir el mensaje o pedir un Martini Hermingway. Lola, la eficiente camarera del Búho, la miró mientras señalaba la copa que sujetaba con la mano, "léelo mientras te sirvo un martini", le susurró. Margarita cerró los ojos con todas sus fuerzas, aspiró hondo y mantuvo la respiración. Segundos después, sin soltar el aire, abrió nuevamente los ojos en busca de su móvil, lo arrastró hacia ella y presionó el icono del sms. Lo leyó y, suavemente, liberó todo el aire que tenía almacenado en sus pulmones mientras dejaba caer los párpados en busca de una oscuridad que le permitiera ver con claridad unos lejanos recuerdos que llegaban con el mensaje.
Yo observaba la escena desde la entrada del Búho Bizco, apoyado en el marco de la puerta y apurando un cigarro semiclandestino. Les puedo asegurar por lo más sagrado que jamás había visto a tanta gente mirar con disimulo por el rabillo del ojo. Observaban a Margarita Ricchi y no sabían por qué.
(Lo que sigue no sé si es de su interés. En cualquier caso lo dejamos para el día de autos)