-Pues eso es
que ya estoy curado -le digo entusiasmado a mi médico suplente
-No
exactamente…
¡Tocado! Enfrío
el entusiasmo y rescato de la memoria una conversación telefónica con mi médico
titular, de hace unos tres años.
Hace unos tres años…
Unas semanas antes de la llamada de teléfono visité al
médico para un asunto menor. Era la primera vez que nos veíamos, me lo habían
reasignado (o a él le habían asignado al paciente, que no sé yo cómo funciona
esto) y era nuestro primer encuentro.
Vamos a ver cómo estás, me dice meticuloso, y me ordena una analítica.
Previamente me somete a un interrogatorio grado tres, recreándose en la suerte
del tabaco: cuándo fue la primera vez, cuántos al día, si son muy seguidos, si
me despierto con ganas. En fin, lo típico. Aunque he tenido épocas de mucho
fumar –le confieso-, ahora no paso de cuatro paquetes a la semana. No es mucho,
sentencio como si yo entendiera de esto. Un cigarro es un exceso, me reprende
serio, y con razón.
Después de analizar mi sangre y mi primera meada del día, mi
médico titular me coloca un aparato que lee la tensión de manera automática
durante veinticuatro horas. Pasadas las horas veinticuatro me retira con mimo
el aparato –estas cosas son caras y hay que cuidarlas, me comenta, que son de
la seguridad Social y han de servir para mucha gente- Mi tensión de las últimas
24 horas quedó registrada en el aparatito de la Seguridad Social. Deja que lo
analice y te llamo en un rato. Vale, y me fui.
Aquel día tenia comida familiar en casa de mis padres; arroz
con conejo y caracoles, cosa seria. Iba a meter la cuchara en la paella cuando…
ring-ring, llamada de mi médico titular al móvil. Me aparto de la mesa, ¡dígame!
Hay cosas buenas y cosas malas, empieza a hablarme el médico. Dime solo las
malas, les pedí. Las noticias buenas de los médicos, habiendo otras malas de
por medio, no son más que un falso consuelo para compensar el desastre que te
anuncian. Esto no se lo dije pero lo pensé.
Mi médico es cuidadoso, meticuloso…y directo:
-Diez años –me explica-, en ese tiempo tendrás un infarto de
miocardio o un infarto cerebral.
Solté un ¡coño! y callé. El médico tampoco decía mucho, de
manera que decidí salir en su auxilio: A ver, a ver… primero dime cómo lo
evitamos y luego me cuentas, si no es un secreto, cómo lo sabes con esa
precisión. Pásate por la consulta, ordena el médico. Vuelvo a la mesa, me
miran, los miro. Diez años, les digo, os vais a hartar de mí.
Ya en la consulta y para resumir: Son estadísticas. Eso
Acojona. Porque un médico, como todo hombre y mujer humano y humana, se puede
equivocar, pero un ordenador con esos programas tan carísimos, ellos no. El
remedio a mis males, por cierto, estaba en el anuncio de Coca-Cola: comida sana, algo de
ejercicio, no fumar y chispar un poco la vida. Fácil…de decir. Y pastillas para
regular el colesterol. ¿Cuánto tiempo he de tomar las pastillas?,
pregunto. Mi médico, didáctico, me
explica qué es el colesterol, y que habiéndolo
bueno y malo a mi me ha tocado una remesa del malo, también me alecciona
cómo combatirlo, y sobretodo me revela que es para siempre, sin fecha de
caducidad, para la eternidad; perder
toda esperanza si entráis en el grasiento mundo del colesterol, que diría Dante.
Salgo de la consulta y me encuentro con mi padre, el hombre
se interesa por mi visita al médico. Pues nada, papá –le explico-, que me he
convertido en un pasiempre. ¿De
muchas pastillas, nene? Una para el colesterol. ¿Sólo una?, bah, aficionado; ya
verás cuando llegues a un pasiempre
nivel doce, y se marchó alegremente apoyado en su bastón
Recordando esta escena, le digo a mi medico suplente:
doctora, mírelo usted y mírelo bien, que ya me dijo el doctor que soy un pasiempre. La médico señala al ordenador: según esto, ahora
que has dejado de fumar, que has sustituido las patatas fritas por la ensalada
y que finges hacer deporte, tu expectativa de vida supera los diez años, es por
eso que el sistema (ojo: ¡el sistema!) no me permite recetarte pastillas para
el colesterol.
-Pues eso es
que ya estoy curado
-No
exactamente. Digamos que es un efecto colateral de la crisis y sus recortes.
-Entonces
qué hago, ¿me engancho a fumar y me pongo morado de callos?
-De momento vente
el martes, en ayunas. Será a primera sangre. Y a ver qué nos dice el sistema.
Tengo mi
propia teoría: Si mi expectativa de vida supera los diez años y cojo alguna
prorroga, hasta es posible que me plante
en edad de pensionar. Entiendo que
eso es una carga para el Estado, para… ¡ojo!...¡el sistema!, de manera que mira
oye, que les den a los cincuentones estos que se han pasado media vida fumando,
bebiendo y disfrutando de excesos y ahora quieren sobrevivir a la crisis…¡anda
ya!
A ver, que
no es esa la razón, que sé que no, pero… ¿a que lo parece?