lunes, 7 de abril de 2014

Aún quedan abriles

Llevo unos días que me cuesta salir de la cama. Mañanitas que siento muy buenas para dormir.

-De dormir, son buenas de dormir -me rectifica Margarita Ricchi- Y es que es Abril, jefe.
-¿Y? -reconozco que a veces parezco bobo, por no decir gilipollas-
-Cómo que ¿y?, a veces pareces bobo, por no decir gilipollas. El refrán, Jota, las mañanitas de Abril. La magia de Abril. Te lo conté hace años, abrilear. Hasta con música.

Clik-clik. Repite la gramola


Hace ya algunos abriles, Margarita me leyó el pensamiento, escarbó en mi alma y le puso voz a lo que yo no me atrevía  decir. Abril se siente, y más se siente su ausencia; me contó Margarita que yo sentía. "Abril, recuerdos en lista de espera que sueñan volverse reales una mañanita de primavera", me dice la Ricchi que pensé y no dije. 

 Aún quedan mañanitas de primavera. 
Aún podemos abrilear



miércoles, 2 de abril de 2014

Siempre Novios



Él tiene ochenta y cinco, ella dos años menos. Sesenta casados y setenta juntos. Comenzaron a tontear de niños, después de la guerra. Crecieron, se ennoviaron y se casaron en plena Autarquía. El primer hijo, una niña, llegó con el Primer Plan de Desarrollo. Hubo más hijos. Rieron y lloraron, formaron una familia, proyectaron un futuro, estallaron de felicidad con los nietos... y hoy se aferran a los recuerdos.

Ella está enferma, un maldito cáncer. Y él llora. Los medicamentos, los cuidados y el amor de los suyos entretienen el dolor de la mujer. Se sabe enferma, aunque finge no sentir los pinchazos para que su marido no sufra el dolor que la está matando. Pero él lo sabe, son muchos años juntos y conoce cada movimiento, cada gesto, cada silencio de ella. Cada sufrimiento... 

Su hija, como siempre hace, se aproxima a su madre con mimo, con respeto, con admiración. Y con infinito amor le acerca las pastillas. Las rechaza, desea que todo acabe. Su hija se inclina sobre ella y le habla al oído:

Estas pastillas no son para ti, mamá. Son para papá, para que no sufra con tu dolor. 


En la gramola del Búho Bizco comienza a sonar, click-click, un recuerdo. Y el corazón sonríe.

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