jueves, 28 de abril de 2011

Goran, 5º Epístola

Donde Goran nos narra cómo se las ingenia para allanar el camino y acercarse hasta la bella muchacha.

Querido J.
Me he quedado sorprendido al comprobar la agotadora extensión de mis misivas. Me siento abochornado y te piso disculpas. Confía en mi compromiso, paciente amigo, para enmendar ésta querencia de no poner fin a mis epístolas.


Dicho lo anterior, amigo J, no quiero dejar de satisfacer tu curiosidad y contarte brévemente, que no rápidamente, lo que continuó desde el punto en que lo dejamos en mi anterior correspondencia.

Después de que mi amigo de parranda, poniendo en grave riesgo su integridad física, me hiciera llegar la copa para el vino francés con instrucciones inapelables -¡invítala!, me dijo-, me quedé como la fisgona mujer de Lot a las puertas de Sodoma: como una estatua, y no de sal, que es fácil de diluir en agua, sino de grafeno, que a decir de Wikipedia es el material más duro de los conocidos en la naturaleza hasta la fecha de hoy. De aquel estado comatoso me despertó la voz más dulce, penetrante, envolvente, sedosa e insinuante que imaginar pudiera:
-¿Me vas a invitar a una copa de champán? --Así de sofisticado es el nombre del vino francés. Recordando que los nacidos en mi barrio somos celebres en todo el pueblo por nuestro reconocido temple ante la adversidad, me vine arriba, y sin derramar una sola gota del espumoso le colmé la copa en dos tandas: primero un poquito, y cuando la espuma hubo bajado llené el resto del recipiente. Esto lo aprendí en un documental de la 2 que llevaba por titulo "refínese usted antes de sentarse a la mesa", programa al que era adicto en los tiempos en que regentaba mis locales de ocio y copas en Marbella. Y comenzó una conversación de la que te resumo lo menos absurdo. Tomé la iniciativa, como es natural:
-¿Estudias o trabajas?. --Desde luego iba por buen camino, ya que la dejé con la boca abierta. Cuando pasados unos segundos interminables se repuso de mi ingeniosa pregunta, alabó la madurez de mi caracter.
-¿De la vieja escuela, eh?


Una vez nos conocimos lo suficiente me confesó que sus continuos viajes al urinario no los ocasionaban imperativos fisiológicos, sino que eran para dejarse ver; para que la viera, como si fuese posible no fijarse en aquella mujer. Con la confianza que íbamos tomando de la mano del espumoso, pasó a descubrirme varios pasajes de su agitada vida. Sin duda éstos son los más interesantes: aquella misma noche, me confesó, estuvo en el local del piano cruzando su mirada con la mía; y no solo eso: también estuvo en la taberna donde repuse fuerza con una tapa de papas aliñas y otra de atún encebollado. Allí me vio y supo, por mi conversación a través del comunicador portátil, que me dirigía a la boat. Quiero decir con todo esto, querido amigo, y lo digo henchido de orgullo, que la muchacha llevaba horas detrás de mi persona. Engrandecida mi estima, decidí no reparar en gastos y me dispuse a pedir otra botella del carísimo vino francés. Por suerte para mi magro peculio, la muchacha prefirió una bebida en la que se combinaba refresco y alcohol, más asequible a mi presupuesto, si es que en aquel local había algo asequible.

Tan emocionante estaba resultando el encuentro que olvidamos, ella y yo, algo tan esencial como conocer nuestros respectivos nombres. La engorrosa omisión se disipó gracias a mi iniciativa. Como puedes observar amigo mio, no he soltado las riendas de la situación ni un solo segundo.

-¿Cual es tu nombre? --pregunté
-Mercè, --contestó sin rubor, que hasta ese extremo llegaba nuestra confianza
-Curioso nombre para una sevillana, más bien parece el de una barcelonesa. --Con esta observación, tal vez un poco fuera de lugar, pretendía lucir mis conocimientos sociológicos de todos los rincones del país que ha tenido a bien acogerme, con el escondido objetivo, lo confieso, de impresionar a la muchacha. 
-Es por mi abuela. En una maniobra de emigración inversa llegó a Sevilla desde Sant Feliu de Llobregat, y claro, vino con su nombre. Yo estoy bautizada en la Iglesia de Santa Ana, en Triana.
-Pata negra --esta expresión la consideré muy apropiada.


Con esta y otras cuestiones íbamos pasando la noche mientras bebíamos el revuelto de refresco y licor que había pedido Mercè de Triana, que a tenor de la veces que vació su vaso le debió de parecer pura ambrosía. Cuanta más ambrosía bebíamos más necesidad teníamos de acercarnos el uno al otro para hablar y escuchar. Tanto que acabamos, por momentos, piel con piel, lo que provocaba un estremecimiento en mi masculinidad como hacia tiempo que no sentía. Caballero como soy calmaba mi enardecimiento ingiriendo más ambrosía. Operación que no solucionó nada y que más bien, pienso ahora, exponía con mayor claridad el acaloramiento que me aturdía. Luchando como estaba para apagar mis instintos no percibí que la bella sevillana debería de estar pasando por un trance similar, conclusión a la que llegué cuando me formuló una pregunta que consideré delatadora a la vez que concluyente:

-¿Tú dónde pernoctas?

Comprenderás, amigo mio, que después de interpelarme tan directamente, la conversación tomó un rumbo radicalmente distinto y del que no debo desvelarte mayores detalles. Creo yo.

Y como me he vuelto a exceder en el número de lineas que me impuse al iniciar esta carta, dejo suspendida aquí la la narración de los acontecimientos hasta mejor ocasión.

Recibe un acalorado abrazo de tu amigo Goran.

En la próxima carta, Goran , como si de un paréntesis se tratara, nos detalla otra aventura sucedida días posteriores y que le ha venido al pelo adelantar

martes, 26 de abril de 2011

Del Caribe a Ibiza

-Hola, jefe
-¡Margarita! Me alegro de verte, ¿cómo va la misión?

Margarita Rcchi, ¡rompe y rasga!, no cobraba por ser mi secretaria ni por realizar los cada vez más frecuentes trabajos de campo. Ella y la quiniela de quince que extravió la peña "El Buen ojo" a la que yo pertenecía desde chico, luego cofradía del Cristo de la Mala Suerte, han sido los dos momentos que más a favor he tenido la suerte.

-Aparentemente se ha creído la historia, Jota. La inclusión de Bernal en el sueño inducido ha sido definitivo; nadie se creería que está en un paraíso con el subinspector al lado. Lo que no acabo de entender es la razón de hacerle creer al inspector que su vida en la playa caribeña es un sueño y que el sueño al que le hemos inducido de su estancia en el hospital es real, ¿no sería más fácil que pensara que es verdad lo que es verdad?. En definitiva es de lo que se trata.
-Margarita...una pequeña cala de aguas cristalinas, tumbado al sol, sin Bernal a la vista, un daikiri servido por ti en bikini...¿no es un sueño?. El inspector Gracia no es tonto, Margarita, y sabe que lo que está viviendo difícilmente le puede suceder a él, de manera que la mejor forma de mantener la realidad es fingir que es un sueño. Por otro lado, no está en el Caribe, ya sabes que lo hemos llevado a Ibiza aprovechando la oferta de un paquete turístico, y mala cosa sería que se enterara que está en la isla de Ibiza después de lo que pasó en la calle Ibiza.



Últimamente, la frenética actividad en el despacho apenas nos dejaba la tarde libre para ir al Búho Bizco. Necesitábamos un motivo para ir, y hoy lo teníamos.
-Acabo de convocar una reunión en el Búho, Margarita.
-Estupendo,jefe; me retoco y nos vamos.

Thomas Garrafón, el dueño del Búho, nos sirvió un gintonic para mi y un Martini Hemingway para mi secretaria.
-No tienes ninguna obligación de hacer el trabajo, Margarita. Entiendo que estar pendiente de los caprichos de un tipo rudo como el inspector no debe de ser una fiesta para ti. -Margarita Ricchi, lectora de Vargas Llosa y  Delibes, militante del voto en blanco, aficionada a los toros, apasionada del teatro y de Camarón de la Isla, es una mujer acostumbrada a elegir el vino en los restaurantes que solo acepta ordenes mías. O eso creía yo.
-No te preocupes, Jota. El inspector Gracia, a poco que lijes ese caparazón de policía de la vieja escuela, es una persona amable, considerada y respetuosa. Un encanto.
-¿Hablamos del mismo hombre que persigue enanos, que trabaja entre muertos, putas y traficantes de poca monta y se le pierde un autobús?
-Por cierto, jefe, Montse..
-¿Montse? -interrumpí
-La agente Rat, Montse Rat, anda como loca buscando su autobús. Dice, y no le falta razón, que sin él se le cae el disfraz de choferesa de buses.
-La agente Rat...¿la tenemos en nómina?
-La última nómina que he encontrado en los archivos es de hace cinco años a nombre de una tal Abril Salvaje del Caribe...¿quién es?
-Deja eso y centrémonos en el autobús...tenemos un cabo suelto, Margarita


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miércoles, 20 de abril de 2011

Siguiendo la cadena literaria

Vale, tomo el testigo.

Me lo ofrece  -casi me lo lanza-  José Antonio desde "El gofre del Chirri" siguiendo la cadena de Sheol. Ellos explican mejor  que yo el objetivo de este juego en el que hay que abrir el libro en curso por la página 89 y fijarse en la linea cinco. Un entretenimiento semanosantero para averiguar qué leemos (les recuerdo que el Gofre del Cherri es una franquicia del Cofre del Chirri, donde mora un inspector de policía; de ahí, imagino, las pesquisas literarias) y el porqué leemos lo que leemos.

Dos títulos:

EL ASEDIO, de Arturo Pérez-Reverte.
Por mi irrefrenable querencia sureña y porque Cádizprincipiosdeldiecinueve representa el liberalismo, el `nacionismo´ y la gran oportunidad perdida de convertirnos en una nación de los pies a la cabeza con libertad en las venas.

"...Librando el ave tan particular combate -su propia y minúscula guerra de España- a trescientos pies de altura."


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LOS CIGARRILOS SON SUBLIMES, de Richard Hlein
Es lo que parece: una provocación y una disidencia.
Hartos ya de estar hartos, los resistentes nos echamos al monte y buscamos argumentos políticamente incorrectos para sobrevivir. Lo que ahoga no es el humo del tabaco, es la ausencia de un aire secuestrado por los poderes del Estado.

"...sobre una mesa blanca son las esfinges emblemáticas de este misterioso lugar situado entre la realidad y la ficción..."




(Añado: Le he pasado el testigo a Montse, a José Antonio del Pozo y a Alberto L.C. ¡Qué rule!)
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martes, 19 de abril de 2011

Los zapatos de tacón, la Cofradía de la Mala Suerte y el inspector terco

-¿Le diste la pista?
-"En la cuarta de las trece rosas", jefe. Eso le dije, tal y como me ordenaste. El inspector es un tipo listo y ya ha encontrado la otra pista escondida debajo de los ladrillos: De las cuatro estaciones, en la pileta de la primavera navega la solución.
-Fue una gran idea que Rat, Montse Rat, le colocase el localizador al inspector mientras estaba inconsciente. ¡Buen trabajo, Margarita! Vamos al Búho Bizco a celebrarlo.
-Me retoco, jefe.

Es en estos momentos cuando odio ser su jefe, solo su jefe. Margarita Ricchi, antes de salir de la oficina acostumbra a abrir un pequeño espejo de mano: se mira, humedece sus labios paseándolos suavemente arriba y abajo y con la mano que tiene libre se atusa su melena negra, salvaje, elegante...turbadora. Cierra el espejo con mimo y se levanta de la silla alisando la falda negra de tubo mientras camina hasta un pequeño armario donde guarda unos zapatos de tacón. Con la punta de un pie apoyada en el talón del otro, se descalza con un ligero movimiento de palanca. Repite la operación con el otro zapato e, invariablemente, se queda unos segundos mirando los salones de tacón, uno volcado, el otro erguido, intentando adivinar de qué pie es cada uno. Luego, despacio, mimando el tafilete de los zapatos, los recoge y levanta  levemente una pierna, luego la otra, y se enfunda los zapatos de tacón.



-Cuando quieras, Jota.
-Cuando quiera, ¿qué?
-Al Búho
-Sí, claro

Para llegar al Búho Bizco desde nuestra oficina solo tenemos que cruzar la calle. Me costó encontrar un local para montar la oficina cerca del Búho; fue gracias a Lola que Thomas me alquiló  un antiguo almacén de bebidas. "Alquílaselo, Thomas, y tendrás un cliente del Búho para la vida", le argumentó la camarera. Nos disponíamos a cruzar la calle cuando un golpe de tambor y el sonido de las cornetas nos detuvieron.


-Les ha faltado un par de años de ensayo -me disculpé ante la mirada sorprendida de Margarita
-Años bisiestos, jefe

Era la Cofradía de la Mala Suerte, un paso que nació de una peña quinielística que perdió un boleto de quince premiado con un millón de euros. Esperamos a que pasara el Cristo Crucificado con el rostro del presidente de la peña y cruzamos la calle. Entramos al Búho con la intención de sentarnos en nuestra mesa de reuniones cuando Lola nos cortó el camino para entregarnos una nota:

El inspector está entre el `irá, no volverá´ y el `irá no, volverá´.
Rat, Montse Rat.

Levanté la vista hasta tropezar con el turbado rostro de Margarita, implorandole con la mirada una traducción.

-No sé, jefe. Rat es gallega. Sea cual sea el mensaje, confiemos en ella, es  la mejor en lo suyo y sabrá lo que hay que hacer
-Margarita, proteger al inspector no va a ser fácil. Es cabezota, obstinado, ¡terco como una mula!. Tenemos trabajo. Lo importante ahora es que no desconfíe de ti, si ves que duda, tuteale, eso le dará confianza.
-Supongo que ya hemos empezado la reunión de trabajo. Yo pido, jefe. Lola, lo de siempre, por favor.

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jueves, 14 de abril de 2011

Goran, 4ª Epistola

En la cuarta misiva  Goran nos narra cómo llegó a la boat y conoció a una muchacha de escultural figura y radiante rostro


Querido J.:
Como te contaba en mi anterior epístola decidí acumular fuerzas en una pequeña taberna. 


Sigo la historia contándote que terminada mi opípara cena y entregado como estaba al placer  de saborear un café sin leche o licor que lo enturbiara, me sobresalto el pitido de mi comunicador portátil, ¡qué invento!, y contacté con un portavoz de la facción Liberto que así me habló: "entramos en la boat, te esperamos". Y cortó la comunicación. Dado como soy a conversaciones breves, entendí el mensaje a las primeras de cambio, de manera que pagué lo consumido y me dirigí a la sala de música y balie.


Una pequeña puerta que no hace justicia al renombre del local da entrada a un minúsculo rellano donde, tras una mesa más bien vulgar, se pertrechaban tres forzudos porteros dispuestos a cobrar peaje por franquear la entrada. Por fortuna me habían explicado que mostrando la llave del aposento ocupado en el parador a los forzudos porteros estabas exento del canon. Y así fue: dejé ver la llave y me señalaron, con muy buenas maneras -pase el señor, me dijeron-, unas escaleras escondidas detrás de un pesado cortinaje y que bajan, en tres tramos, hasta un local que deslumbra por su finura y buen gusto.Cegado como estaba por tanto esplendor, mi primera preocupación fue encontrar a mis camaradas. Esto, pensé, no es guerra para un solo soldado. A Dios gracias que mi mirada fue arrastrada como un imán hasta la barra. Y claro, allí estaban mis compañeros de batallas, espaldas contra la barra, vaso en mano y ojos barriendo el local. Me dirigí hasta ellos como una centella, y sin tiempo para saludar agarré un vaso de licor que me ofreció el mozo al ver que me unía al grupo, y en un gracioso contoneo de caderas adopté la misma postura que ellos tenian. 


La barra donde descansaba está, si cabe, más acolchada que la del local del piano. Donde no hay colchón forrado con suave piel marrón puedes acariciar una madera de tanta calidad que miedo daba imaginar el precio de los licores. Apoyada la espalda contra aquel tesoro y con la mirada al frente, la visión que teníamos de la boat era privilegiada: enorme de dimensiones pero cálida gracias a la atinada disposición de mesas, sillas y espacios y por unos fastuosos ornamentos que te acarician los sentidos. En el centro del local, rodeado de mesas pequeñas como si fuesen para niños, hay reservado un circulo despejado de muebles y con el suelo de madera noble donde los asistentes pueden practicar sus bailes de moda y sus danzas regionales. Fue con la ejecución de una de éstas danzas regionales cuando quedé altamente impresionado, tanto que se me abrió la boca al observa cómo se produjo un silencio que nos envolvió a propios y extraños, y cómo la oscuridad se apoderó de todo el local durante unos segundos para estallar, sin previo aviso y con un brío sin par, un cegador  fogonazo de luz dirigida al circulo destinado al balie, al tiempo que un río de armoniosos y rítmicos sonidos inundaban la sala.



"A bailar, a bailar, a bailar alegres sevillanas

Todo el mundo a bailar, a bailar, a bailar, ven conmigo a bailar..."



Y así durante varios minutos.


El alegre soniquete empujó a mozos y mozas de la localidad -los forasteros nos quedamos a la expectativa-, como si un misterioso resorte los arrojara al circulo del baile. Fue muy emocionante, amigo J. Tendrías que haber visto cómo movían brazos y pies los bailarines, cómo cercaban los muchachos a las muchachas, cómo embelesaban las chicas a los chicos mediante sinuosos movimientos y cómo, en definitiva, se reían y se divertían. Hermoso ritual, hermano.


Como ya he descrito anteriormente, el lugar con piso de madera ideado para la práctica del baile está rodeado de dos o tres círculos de pequeñas mesas con sus sillas, repletas de vasos y recipientes de licores. Pasado el tercer circulo de mesas se alza una plataforma donde caben otras dos lineas de mesas con sus sillas, también con vasos y licores. Tras ella otra plataforma con idéntica disposición de mobiliario y accesorios da pie a otra altura, pero con distinto aspecto. En este rellano las pequeñas mesas se habían sustituido por otras con una altura de vértigo, tal que necesitas de un taburete como los de la barra para estar en proporción. Como descubrí al instante, éste lugar de barras individuales era el idóneo para estudiar el ambiente, ya que la barra, a espaldas de estas mesas altas, estaba ocupada por tertulias o mujeres ya acompañadas. 

Efectivamente, amigo J, hice mía una de esas barras bipersonales y le pedí a una de las solícitas doncellas que se ocupan de servir ésta zona (hasta ese punto llegaba la elegancia del lugar, las doncellas y mozos tienen asignadas zonas de trabajo) que me abasteciera del licor más de moda en la boat. Aprovecho para aconsejarte, desprendido J, que nunca pidas licores a criterio de quien ha de cobrarte el avituallamiento; es preferible pasar por aldeano y dejar claro lo que se quiere o se puede, a tener que desembolsar una indecente cantidad de cuartos por una botella de un vino claro y con espuma traído desde la vecina Francia. Y qué te voy a contar de los franceses que tú no sepas, amigo mio. El caso es que saboreaba la tercera copa del espumoso cuando se paseó delante de mi, por tercera vez, a una por copa, una muchacha de escultural figura y radiante rostro. Sin duda iba a los urinarios, situados al final de mi rellano. Reponiendo la cuarta copa estaba cuando la vi acercarse de nuevo, y ayudado por los efectos del carísimo vino espumoso, mi lengua, retraída por naturaleza, venció el congénito temor a las mujeres que me ha acompañado toda mi vida y así le habló: ¿No es mucho mear? Ni que decir tiene, querido amigo, que si la hermosa muchacha no albergara algún interés por mi persona, allí mismo me hubiera abofeteado después de tan inapropiado arranque de conversación. Y con razón, creo yo. Pero como te digo, y te lo digo emocionado, algún apego me tendría cuando se detuvo en seco, me miró hasta turbarme y guardó un tenso silencio, sin duda esperando mi reacción. Quedé petrificado. Por fortuna uno de mis amigos estaba presenciando la escena desde la barra y tomó medidas: cogiendo una copa al vuelo y saltando sobre los taburetes se abalanzó sobre mi, puso el vidrio en mi mano y me dio ordenes muy concretas: ¡invítala!. Mano de santo.

Lo que sigue he de madurar si lo puedo contar. Uno es un caballero.


Mientras tanto, recibe un afectuoso abrazo de tu amigo Goran


En un próximo escrito, Goran nos narrará, hasta donde su caballerosidad se lo permita, las maniobras de aproximación con al bella muchacha 

martes, 12 de abril de 2011

Espionaje en Rusia

-Bienvenido, jefe. ¿Qué tal el viaje?
-Hola, Margarita. Primero me informas cómo van las cosas por aquí. Lo mio es chascarrillo de barra...mira, vamos al Búho Bizco y te cuento.

Saludé un con un abrazo a Thomas, el dueño del Búho, y con un beso a Lola, la camarera. Me gusta saludar a Thomas con un abrazo porque inmediatamente Lola me planta un beso en la mejilla. Es mi momento erótico desde que me abandonó Abril hace cinco años. Abril, bastante más joven que yo, fue mi novia de fin de semana y puentes durante un tiempo, pero esa es otra historia. Quizá otro día. Me senté con Margarita Ricchi en una mesa  y le conté lo mal que está este oficio. Por suerte ella no cobra y por desgracia yo llevo dos meses sin un euro extra que meter en la cartera. Solo saco para los gastos.

-Verás, Margarita, cuando fui a la embajada rusa a tramitar los permisos para ir a Rusia, me preguntaron mi profesión y el motivo del viaje. Les dije la verdad: soy espía y voy por asuntos de trabajo. Anotaron la información en un impreso -original y cinco copias, a maquina-  y seguidamente me preguntaron si conozco a Goran Langeneke. Cuando les contesté que somos amigos, uno de los siete funcionarios que me interrogaban desapareció por una puerta lateral, dos horas después apareció el funcionario acompañado de un tipo cargado de medallas y gorra de plato; el jefe, sin duda. Se sentó al otro lado de la mesa y mirándome fijamente a los ojos, me pregunto: ¿es verdad que Goran Langeneke está en la Costa del Sol española? -como si hubiera otra-, si me responde a esta pregunta le puedo facilitar su trabajo. Por las cartas de Goran sabia que estaba en Sevilla, por lo que respondí con aplomo y sin pestañaear: ¡no! El tipo cargado de medallas se dio por satisfecho y ordenó que me entregaran unas guías con el membrete de "asuntos de interés para espiar". Anote usted, me dijeron, lo que le interesa espiar y tramitaremos su petición por conducto oficial; en tres meses tendrá la información. Llamé al ministerio español que me encargó el trabajo, les dije lo que había y me contestaron que vale, que no tenían prisa, que les dijera a los rusos que por favor mandaran la información directamente al Ministerio de la Guerra. Mis honorarios, claro, tampoco han sido los mismos: me han rebajado el ochenta por cien  de la tarifa



-¿Y por qué has tardado tanto, Jota?
-El veinte por cien que cobré me lo he gastado viajando por los países nórdicos. Ya tenia la idea de visitar tierras de frío. Bueno, cuéntame qué hay de nuevo por aquí.
-Pues la verdad es que estamos algo inquietos. Ayer vino al Búho el subinspector Bernal y nos contó una historia del inspector Gracia, de una choferesa gallega y de un autobús rodeado de maleantes.
- .....
-Es todo lo que sabemos, jefe
-Algo más sabréis, un dato, una pista. ¡Algo!
-Bueno, algo hay. Se trata de una tarta de Santiago. Parece que es la clave de la historia.
-Lola, pon un par de gintonic que necesitamos pensar.
-Jota, si no te importa yo prefiero un Martini Hemingway
-¡Sea!

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martes, 5 de abril de 2011

Goran, 3ª epístola

Goran se va de copas con sus amigos y de tapas consigo mismo. Un cruce de miradas presagia un futuro inquietante

Querido J.
Te contaba en mi anterior carta, paciente amigo, la manera en la que había llegado a tan confortable y lujoso parador y el regocijo que nos embargó a mi y a mis viejos camaradas al encontrarnos en tan prometedora e inesperada reunión. Si no me flojea la memoria -cosa que no es de descartar después de tanto sobresalto como he he sufrido estos últimos días- te relataba el momento en el que entramos al local que comunica con el parador y que hace las veces de taberna de altos vuelos. ¡Y qué ambiente, hermano!.Y me vengo a referir a la decoración, porque en lo tocante a la animación no contaba más que con la que aportábamos nosotros, los únicos que gozábamos de tan magnificas instalaciones (abro paréntesis para decirte que no estábamos solos, hecho que supe más tarde y que forma parte de la historia que sucedió más adelante); instalaciones que  están compuestas, como ya te referí, estimado amigo, por un piano con su concertista y todo, y que en el momento en que nosotros entramos estaba interpretando una pieza de Julio Iglesias 


(...sabes mejor que nadie /que me fallaste.../ sabes a ciencia cierta/ que me engañaste/aunque nadie te amaba/igual que yo.../Échame a mi la culpa/de lo que pase...y así),


Aunque sin vocalista, sólo con la tonadilla que salia del instrumento, logré entender la tierna melodía, cosa que me sorprendió. También cuenta el local con espejos detrás de la barra acolchada desde donde, por cierto, sirven los licores unos caballeros con chaleco negro, camisa blanca y canas en las sienes; por lo visto los servidores más jóvenes y las camareras los reservan para lo que llamaban la "boat", como pudimos comprobar más tarde. La luz de la elegante taberna no surge del techo, como es la costumbre, sino de unas lámparas cortas y de color verde colocadas sobre cada una de las pequeñas mesas redondas de madera oscura; únicamente sobre el mostrador acolchado han tenido la cautela de reforzar la intensidad de la luz, sin duda por ser donde se manejan los dineros.





En éste establecimiento, que ya imaginarás docto amigo que yo ya conocía por mis anteriores viajes, estuvimos una hora y quince minutos más, lo que suelen ser dos bebidas, o tres, según el bebedor. Pagamos unos buenos duros por los licores -es por lo elegante del lugar, se disculpó el mozo- y desfilamos hacia una puerta que comunica directamente con la calle dedicada a un famoso Don Luis, evitando así cruzar los suntuosos salones del establecimiento, que dado nuestro crecido ánimo jovial quizá hubiese resultado comprometido para los alguaciles que guardan el buen nombre de tan reputado parador. Cuando ya iba a alcanzar la puerta, mi mirada tropezó con una figura sentada a una mesa y que sin lugar a dudas pertenecía a una muchacha esbelta y de rostro agraciado que en ese momento, y por la manera con la que paralizó mi mirada con sus ojos de tigresa, me pareció procaz y descarada. Acontecimientos que viví con posterioridad abrieron mi mente y me revelaron que no era procacidad ni descaro, sino que formaba parte de la vida misma.





Sin más entretenimiento salimos del local en ruidosa camaradería, tal como corresponde a una cuadrilla formada en su mayoría por españoles que  fuman y beben y que libres de ataduras femeninas están ansiosos por demostrar su hombría.


Este que sigue es un punto de escaso interés en lo acaecido aquella noche, pero cronológicamente fue lo primero que sucedió. A la salida del local del piano nos arremolinamos en torno a un punto imaginario de la acera y comenzamos a discutir el asunto del condumio nocturno. En menos tiempo de lo que tarda en caer un rayo se formaron dos grupos de opinión. Uno capitaneado por Sebastián, un veterano sesentón con panza criada a la sombra de la Cruz del Campo y con la frente despejada, y el otro liderado por Liberto, un joven novicio que se enciende solo con oír la música de Julio Iglesias y que no quiere perder el tiempo con previos "al asunto", como él dice. Como ya imaginarás, apreciado amigo, yo eché dos pasos atrás y esperé acontecimientos. En mala hora. La indefinición es el mejor de los caminos para la soledad. Los partidarios de Sebastián, más dados a los placeres de la mesa que a las conversaciones con desconocidas, se dirigieron a un cercano mesón de alto copete y precio disuasorio donde, sin duda, colmarían sus anhelos por esta noche. Los más jóvenes dejaron que sus tripas cantaran y abrieron camino hacia la famosa "boat". Preso entre dos fuegos decidí abordar una pequeña taberna donde, sin necesidad de tomar asiento en una mesa, me acerqué al mostrador y pedí una vaso de vino con dos tapas, una de papas aliñás y la otra de atún encebollado, suficiente para enfrentarme a lo que la noche me deparara. 


Con la íntima esperanza de que podamos reunirnos pronto, un abrazo. Goran 

En próximas entregas nos contará cómo se adentra en la exclusiva boat

viernes, 1 de abril de 2011

Abrileando


He dejado de cumplir abriles. En el mejor de los casos estaré, no sé, allá por la segunda de Agosto. Abril ahora lo veo distinto. Mejor, más maduro; ha dejado de ser  un símbolo de juventud impulsiva e inexperta. Este mes cuatro es un torrente de recuerdos en lista de espera. Recuerdos que sueñan -¡por qué no!- en volverse reales una mañanita de primavera. En su día le eché pocas cuentas a Abril, tal vez porque lo vivía intensamente, porque era parte de mi existencia. No solo estaba, era abril. No lo veía, como no veo mis pómulos o mi espalda aunque sé que están, como sé que no me los pueden arrancar...sin hacerme daño. Abril se siente, y más se siente su vacío.


-¿Por qué me cuentas esto, Margarita?
-Quizá porque Goran está abrileando, jefe. O porque tú también tienes tus abriles. ¿Los sientes?

Margarita Ricchi llevaba un martini Hemingway en cada mano. Me ofreció uno y adelantó ligeramente su copa citando la mía. Las chocamos, guardamos silencio y nos perdimos en abril.



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