domingo, 6 de junio de 2010

SONIDOS DEL VERANO


Buen día,


-¿Te hago un test?
-¡Vale!

Y me lo he hecho. Lo he pasado con nota.

La prueba ha consistido en vincular el sonido que yo mismo me ponía con una estación del año. Resultado: truenos y vientos para el invierno; el suave golpeteo de la lluvia en los cristales era el otoño; el piar de los pájaros, cómo no, la primavera; y risas de niños chapoteando en la playa el verano. Fácil, ¿verdad?. Pero, y aquí está la trampa, he incluido un estallido de ruidos sin fecha de consumo.

-¿Puedo ver el sonido?
-Claro, aquí está.
-Te he pillado -presumí-. Es un festival de ruido que comienza en primavera, se intensifica en los primeros días de junio y languidecen al final del verano. Es el sonido del `pre-verano ´

Lo aprendí una noche de junio. El estruendo -¡me suena, me suena!- me levantó de la cama y salí de la habitación de aquel singular hotel escondido en la montaña. A lo lejos, cerca de la costa, estallaba el espectáculo de unos fuegos artificiales que reflejaban toda su alegría en la superficie de un mar  laminado de plata por la luz de la luna.

Me encendí un purito y guardé un respetuoso silencio para disfrutar del sonido del verano. Al romper el último y sonoro cartucho susurré en voz baja, con miedo a romper el hechizo: acabamos de oír al verano llamando a la puerta.

Y se abrió la puerta del verano.

Aquella noche de fuegos artificiales venía con su propio sonido, con su música, sin necesidad de otras serenatas. Ahora, cuando recuerdo esa noche de junio, sin saber por qué, me sorprendo tarareando una canción...




Feliz domingo.

2 comentarios:

  1. Es un texto precioso J.
    Encontrar un sonido para cada estación y asociarlo al espectáculo de los fuegos artificiales de San Juan, tiene más de poesía que de prosa.

    Un abrazo :)

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    Respuestas
    1. Son de esas escenas que se te quedan marcadas a fuego en el alma. Duró lo que dura un purito. Las sinfonías de verano, como los amores de verano, son breves e intensos.

      El hotel estaba camuflado en lo alto de la sierra, se veía el mar a lo lejos; y por la noche, aquella noche, colgaba del cielo una enorme luna llena. Blanca y brillante como nunca le he visto. Y después del último cartucho -"el tró final"- un silencio amable, cálido y cómplice de lo podría haber sido, me arrulló en el balcón hasta que el sol madrugador de junio me despertó acariciándome la cara.

      Son momentos únicos, irrepetibles. Sin saber por qué

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