lunes, 21 de mayo de 2012

La sorprendente visita de D. Fortunato Aprovecho del Cargo (I)

Historia en tres actos y en primera persona. Así me lo contó Jota:

Eran las tres de la mañana y el Búho Bizco estaba de un animado que daba gozo verlo, como todos los viernes desde la llegada de la primavera. Además de las habituales mesas de parejas agotando el último suspiro de la noche, en la barra se habían reunido parte de los parroquianos habituales. Don Ángel, el cura, tomaba su copita de anís después de haber administrado la extremaunción a un moribundo del bloque vecino, "este hombre lo ha hecho bien Búho -la gente empezaba a llamarme Búho-, me ha requerido a mí antes que a los médicos. No sé si salvará su cuerpo pero el alma ya está curada". Estaba Don Severo, el maestro, con sus motivos, "¡qué dura es la vida del maestro, Búho!, fíjate a qué horas termino con las clases particulares". Don Próspero, el acaudalado comerciante, tenía cara de pocos amigos cuando me contaba que un vendedor de trajes de sky le había dejado plantado, "así es que no sé si meter la sección de nieve en las tiendas de la costa, Jota". Malaspulgas, un exraterillo de barrio, tenía el semblante serio y no articulaba palabra, y todo a cuenta de una bronca prematrimonial. "a ver si tú lo entiendes, Búho -estalló-. sólo le he preguntado si quería casarse conmigo, nada más. Pues no veas cómo se ha puesto, sobretodo cuando le he sugerido que, una vez casados, ponga el apartamento a nombre de los dos, de la unidad familiar, ya sabes...". Lola también estaba en el Búho, a pesar de haber terminado su turno hacía más de una hora. 






-¿Hoy no te vas, Lola?
-No tardaré mucho, jefe. El caso es que no estoy cansada y como he visto movimiento en el local he decidido quedarme, pero tranquilo que estas horas no las cobro.

Había estado observando a Lola y a Don Próspero en busca de miradas cómplices, pero, o lo llevaban muy discretamente o yo me equivocaba.
El reloj de pared marcaba las tres y cinco y me dispuse a apagar las luces que adornan la fachada del Búho para evitar que nuevos clientes se colaran a la hora del cierre. Pero justo en ese momento entró alguien al pub.

-Lola, hazme un favor, acércate al tipo que ha entrado y comprueba qué pinta trae. O mejor, directamente le dices que hemos cerrado.
-No puedo, jefe. ¿No ha visto quién es?. 
-Desde aquí no lo distingo -Lola no solo tiene ojos de gata, también la vista es de felino-, ¿quién es?
-Es Fortunato Aprovecho del Cargo
-¿El alcalde?
-El mismo. Y parece que se dirige a la "mesa invisible".

Continuará...

4 comentarios:

  1. Más tarde te leo con más calma y tranquilidad.

    Hasta luego.

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  2. Hasta en la hora de las confesiones los hay que pasan inadvertidos, como si nada fuera con ellos. De todas maneras, poco tiene que confesar quien cree que está haciendo algo pero que, en realidad, pasa sin pena ni gloria salvo por ese ruidito de "palparse carteras" que le acompaña inevitablemente.

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  3. Ardo en ascuas por aquello de "la mesa invisible"...
    Por cierto, que si Fortunato Aprovecho del Cargo decide quemar la madrugada en el establecimiento, nadie podrá decirle aquello ya tan olvidado de "señor, acabe su copa que vamos a cerrar...".

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  4. ayer estaba cansada, de veras...

    Menuda colección de personajes que no sé hasta qué punto querría tener como amigos o vecinos; desde el señor cura, antes de morir no es a un sacerdote la última persona que quiere ver, tampoco a un pobre maestro jajaja -en el día de la huelga del sector de enseñanza-, ni un empresario ni un estafador y mucho menos a un político...

    esperaremos la 2ª parte para leer la continuidad.

    un abrazo
    :)

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