Me han invitado a comer. Un asunto espinoso; no la invitación, el menú.
El tema hay que abordarlo. Sin miedo, con un par.
En el levante hay una inocente discusión sobre los arroces. Además, innecesaria: todo el mundo sabe que la excelencia está en Alicante. Particularmente, y aquí voy a arriesgar, en la ribera del Vinalopó. Es duro, pero es lo que hay.
Arroces minimalistas, extraordinariamente selectivos con el séquito que les acompaña, como este arroz con conejo y caracoles, un autentico ´pata negra´ de las paellas. Y más, que los hay de todos los colores y sabores: el arroz negro , color cedido por la tinta de la sepia; el arroz a banda, alimentado únicamente con el sabor del caldo de pescado -servidor lo acompaña de allioli-.
Y otros que no vamos a repasar, que no son horas. Pero todos ellos austeros de tropezones, que oiga, estamos hablando de arroz, y ya se sabe que lo suyo es absorber y convertirse en píldoras de sabores.
Los hermanos de Valencia son más festeros, más coloristas y ampulosos, por lo que sus paellas resultan, si quiere, más dicharacheras. Si no se enfadan, diré que más falleras.
Todo esto lo sé porque quien me invita a comer es mi madre, en su casa. Una autoridad en arroces.
Tengan un feliz día y una sabrosa comida.
Pues buen provecho. Lo que no pueda el arroz. Yo ahora soy adicto al arroz al curry, muy bueno aunque sea industrial.
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